El cambio.
El cambio en la concepción de la evaluación es el que permite que el modelo
suponga una verdadera revolución en nuestras aulas. La metodología por sí
sola no transforma un proceso de enseñanza si no está acompañada de una
evaluación del aprendizaje que permita tomar decisiones didácticas de manera
individualizada para el desarrollo de los alumnos.
El concepto de evaluación es complejo y global, tradicionalmente en nuestro sistema educativo se vincula a la calificación, pero ésta es una visión muy
reducida de la potencialidad de la evaluación.
Hay, por tanto, dos claves esenciales en este modelo: interiorizar una cultura
de evaluación que incida en el aprendizaje, y no sólo evalúe el resultado, sino
que acompañe el proceso; y la elaboración de desempeños competenciales que
permitan objetivar y medir con claridad el desarrollo de las competencias en
los alumnos.
Es necesario cambiar el enfoque, introducir autoevaluación y coevaluación
de manera sistemática en la actividad cotidiana del aula y variar las herramientas de evaluación a utilizar. Entre las herramientas más utilizadas en estos momentos podemos señalar las listas de control, escalas de evaluación, dianas,
rúbricas y porfolio.
Podemos distinguir tres momentos para la evaluación en las aulas, en cada
uno de ellos la finalidad y el objeto de evaluación son diferentes.
• La evaluación inicial se realiza al inicio del curso y debería ser más una
evaluación de diagnóstico que aportase información al profesor sobre
los alumnos a los que dirige su programación. Es el momento de evaluar
intereses, personalidad, estilos de aprendizaje, inteligencias múltiples.
• La evaluación procesual, que como ya hemos dicho debe darse de manera sistemática, programada y diaria. Su objetivo principal es ayudar al
alumno a identificar cómo puede mejorar en el proceso de aprendizaje.